martes, 24 de julio de 2012

CIUDAD BOLIVIA - PEDRAZA - ESTADO BARINAS

PEDRAZA, LA PALABRA
Cuando pronunciamos o escuchamos decir a otros la palabra Pedraza inmediatamente nos viene a la mente un pueblo, una ciudad o un territorio que tiene ese nombre; pero no se nos ocurre detenernos a pensar un poco en su real significado. Muchos nos hemos preguntado ¿Cuál es el significado de la palabra Pedraza?. También nos interrogamos sobre el origen de esta palabra. ¿De dónde viene esta palabra?, porque con toda seguridad que ella no es una palabra aborigen, seguramente la trajeron los conquistadores y fundadores de ciudades españolas en territorio americano.

Lo lógico es que al preguntarnos el significado de las palabras busquemos auxilio en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, si es que tenemos la certeza que ella tiene su origen en España. Como sospechamos que la palabra Pedraza tiene su nacimiento allá, procedimos a realizar la búsqueda, pero no la encontramos. No aparece el significado Pedraza en el diccionario de la lengua española. Pero algo debe significar, ninguna sociedad va a convenir la utilización de una palabra sin significado alguno. ¿Qué significa, entonces, Pedraza?. La búsqueda hay que realizarla en otra parte. ¿Dónde buscarla?.

Pienso que la búsqueda hay que hacerla en el propio sitio de los acontecimientos y en la forma de escribir la palabra. Las reglas de la ortografía española establecen que entre otras se debe escribir con la letra z las terminaciones aumentativas azo y aza, como por ejemplo puñetazo o mujeraza. La palabra Pedraza precisamente termina en aza, lo que indica que tiene relación con algo grande o aumentado. En España, desde donde el español fundador muy probablemente trajo la palabra, hay desde hace mucho tiempo, del que no se tiene fecha exacta de su fundación, una villa con el nombre de Pedraza. Hoy es un municipio español agrícola y ganadero con una extraordinaria actividad turística. Esa villa de Pedraza fue construida precisamente sobre una roca, en la superficie de una piedra inmensa.

Ahora bien, teniendo en cuenta la regla ortográfica y la condición de estar ubicada sobre una piedra grande, la ciudad española que probablemente dio origen al nombre con que el capitán español Gonzalo de Piña Ludueña bautizó a la villa de Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza en 1591, es perfectamente lógico concluir que la palabra Pedraza signifique piedra grande.

Esta es una relación aproximada de un ejercicio intelectual que tiene la intención de encontrar el significado de la palabra Pedraza. No tiene el deseo de convertirse en una verdad invariable, estará sometida a la fuerza de los cambios, que produce la búsqueda de la verdad.


LA FUNDACIÓN DE PEDRAZA
En diciembre, muy probablemente el día veinte, de 1591, en el sector conocido hoy como Montañas de Santa Bárbara, el capitán español Gonzalo de Piña Ludueña fundó una villa que bautizó con el nombre de Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza. En esa ocasión el fundador venía con un grupo de personas y también lo acompañaba la orden imperial de fundar un pueblo que estuviera ubicado entre las ciudades de Mérida y Barinas. Venían con personal militar, religioso y seguramente inversionistas con ambiciosos deseos de poseer tierras, disponer de mano de obra barata y obtener ganancias económicas.

Asegura la historiografía que el capitán español vino con la orden gubernamental de fundar un pueblo para que sirviera de lugar de descanso de la larga travesía que significaba viajar entre Barinas y Mérida, y que además permitiera distraer a los belicosos aborígenes que constantemente amenazaban la paz de los residentes de ambas ciudades, lo que perjudicaba la tranquilidad necesaria para la realización del trabajo creador. Admitir esa aseveración es una ingenuidad, los que vinieron para quedarse en la recién fundada villa no venían con esa intención. Traían el bien definido objetivo de despojar de las tierras a sus verdaderos dueños, los aborígenes de la nación Jirajara. No trajeron elementos humanos para emplearlos como trabajadores en las haciendas de cacao y caña de azúcar que establecerían, porque tenían el objetivo de esclavizar a los bravos, dignos, laboriosos y valerosos poseedores de los extensos y fértiles territorios del piedemonte.

Para realizar el despojo de las tierras y esclavizar a la población aborigen era necesario imponer su gobierno mediante la utilización de dos armas muy poderosas: un aparato militar descomunalmente superior a las capacidades defensivas de los nativos y el recurso ideológico, representado por la iglesia católica, muy particularmente por los sacerdotes que vinieron a domesticar con el catecismo a los pobladores originarios. Siempre existió entre los invasores que fundaron a Pedraza la mala intención de abusar, para eso trajeron el elemento militar.

La resistencia fue tan violenta como la ocupación imperial española, fue una respuesta aborigen, digna de un pueblo que defendió sus derechos naturales. Había que destruir la ciudad que servía de asiento a los usurpadores y explotadores. Varias veces intentarlo hacerlo pero sin éxito, hasta que en noviembre de 1616, veinticinco años después de fundada, un ataque jirajara convirtió a la ciudad en cenizas.

LA PRIMERA MUDANZA
El Día de Todos los Santos, el primero de noviembre del año 1616, Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza fue convertida en cenizas y la mayoría de sus habitantes perdieron la vida en un feroz ataque de los aborígenes Jirajaras. Estaba la ciudad ubicada en el alto Curito, en el sector conocido hoy como Montañas de Santa Bárbara, muy cerca de la actual población de Pedraza La Vieja. Los bravos y dignos pobladores naturales de aquel extenso territorio del piedemonte vendieron cara la explotación, saqueo, abuso, vejación y despojo a que eran sometidos por parte de los ciudadanos que mayoritariamente habitaban en la villa que apenas tenía 25 años de fundada.

Los pocos sobrevivientes de aquel pavoroso ataque que se internaron en la zona boscosa para protegerse de sus atacantes decidieron mudar a la ciudad hacia el noreste, al pequeño valle de Los Mogotes, ubicado a la orilla del río Quíu. Con los que sobrevivieron y gente que vino de las ciudades de Barinas y Mérida fue reedificada Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza, dentro de una fortaleza para protegerla de la acción de los temibles Jirajaras que seguirían defendiendo sus justos derechos naturales. Por esta razón de disponer de una pared de tapias en forma de muralla se le conoció por algún tiempo con el nombre de Fuerte Mene. La reconstrucción de la ciudad ocurrió en los primeros meses del año 1617, seguramente eran unas pocas casas de habitación, el templo para la práctica religiosa y tal vez casi ninguna edificación gubernamental.

Para realizar la primera mudanza de Pedraza es enviado desde Mérida don Diego de Luna Pacheco con dos instrucciones bien precisas: una, trasladar y fundar de nuevo a la ciudad en un lugar más seguro; y la otra, que para darle mayor protección se le construyera una muralla protectora de sus enemigos. La orden de la construcción de esa pared protectora es una declaración de confesión, que hay que tener muy en cuenta porque es el reconocimiento de que los residentes de la ciudad pensaban seguir teniendo conductas desagradables a los aborígenes. Sabían la mayoría los ciudadanos de Pedraza que seguirían portándose mal, que continuarían vejando, abusando, despojando, maltratando, saqueando y explotando a la población aborigen. La construcción de tapias debe considerarse como una confesión de los usurpadores españoles y sus descendientes, de que tenían el objetivo de obtener beneficios económicos con la explotación de los Jirajaras y de sus tierras.

LA SEGUNDA MUDANZA
Una vez establecida la ciudad de Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza en el valle de Los Mogotes, a orillas del riachuelo que hoy lleva el nombre de Quiu, la ciudad permaneció allí por espacio de treinta años. Los belicosos aborígenes Jirajaras acosaban permanentemente a los moradores de la recién mudada ciudad, por lo que a la misma le fue construida una fortaleza de tapia.

A las tres décadas de existencia del pequeño poblado del Fuerte Mene ocurrió un hecho trascendental: una señora, seguramente la esposa de uno de los inversionistas invasores y explotadores establecidos en Pedraza, maltrató abusivamente a una esclava suya que hacía labores del hogar en su residencia. Es probable que por un error minúsculo, por una pequeña travesura de la joven aborigen, la iracunda esclavista golpeo hasta hacer desfallecer a la muchacha que le hacía servidumbre. La valerosa Quiu se levantó, abandonó secretamente el Fuerte Mene, fue al encuentro de su cacique en el bosque y le dio relación detallada de la acción exageradamente violenta e injusta de la mujer que la esclavizaba y maltrataba. El relato del aquel hecho produjo en el cacique un hondo dolor y una profunda indignación. El jefe aborigen comunicó lo informado a otros caciques que organizaron un poderoso ejército de naturales con la intención de atacar a la ciudad y cobrar venganza por hechos similares acontecidos en contra de la dignidad aborigen.

Los jefes aborígenes dieron instrucciones precisas a la joven Quiu: vuelve a la ciudad, entra secretamente al Fuerte, ofrece disculpas a la que cree que es tu dueña, pero deja la puerta de la fortaleza abierta para penetrar al recinto de los explotadores. Eso ocurrió en el año 1647. El ataque se produjo, y casi todas las construcciones fueron destruidas por el fuego y todos los que se encontraban allí murieron en la acción sorpresiva. Sobrevivieron sólo los que estaban fuera de la muralla.

Los pocos sobrevivientes deambularon por espacio de más de dos años por la zona boscosa, huyendo de la persecución de sus atacantes. En el año 1649 el capitán Hernando de Garrido reúne a los pedraceños esparcidos en el bosque y los lleva hasta la ribera oriental del río Ticoporo para reconstruir la ciudad, constituyendo esta la segunda mudanza de Pedraza. Allí la ciudad adoptó un largo nombre: Nuestra Señora de Altagracia Ticoporo de Pedraza.


LA TERCERA MUDANZA
Sufrió muchas dificultades la ciudad de Nuestra Señora de Altagracia de Ticoporo de Pedraza estando en el sitio que actualmente ocupa la población rural de Palmasola, en el municipio Pedraza. Una de ellas estuvo constituida por el acecho de los aborígenes que persistían en sus deseos de desplazar de sus tierras a los invasores y que llegaron en una oportunidad a quemar la mitad de las pocas casas de la pequeña ciudad. Otro serio inconveniente fue la presencia de una múltiple y abundante cantidad de insectos que hacían la vida casi imposible y que probablemente fue la causa de la ocurrencia de la peste de calenturas, que llegaba a producir hasta la muerte de muchas personas. Además como el nivel del terreno donde estaba asentada la ciudadela era más bajo que el del río Ticoporo, se producían frecuentes inundaciones que perjudicaba a los cultivos y en consecuencia era la más de las veces que los alimentos escaseaban de manera dramática.

Tan sólo trece años permaneció allí la pequeña ciudad. Las calamidades hicieron que en el año 1662 el capitán don Alonso Jimeno de Bohórquez, investido con el cargo de Teniente de Gobernador y de Capitán de Guerra de la ciudad de Pedraza decide, con los vecinos, realizar la tercera mudanza de la ciudad el día 18 de septiembre de 1662, a la otra orilla del rió Ticoporo, pero más hacia el norte, a un sitio muy cercano al lugar que hoy ocupa la comunidad de Pintaderas, en el piedemonte andino.

Entonces por razones de salubridad y de orden económico la ciudad de Pedraza fue mudada a un lugar que se suponía sano y con suelos muy fértiles. La rica fuente de agua fresca y cristalina también debió tomarse en cuanta a la hora de determinar el nuevo asiento de una ciudad que ya había ocupado tres lugares distintos en tan sólo setenta años. La tercera mudanza seguramente estuvo llena de muchas esperanzas, tal vez fue una decisión tomada en paz, aunque siempre existió el permanente acecho de los naturales que mantenían en zozobra a los habitantes de la ciudad.

Al día siguiente de ocurrida la mudanza seguramente se definieron los lugares que ocuparían las rústicas edificaciones públicas, como el sitio de la plaza, el templo, las sedes del gobierno y los solares particulares. Se hizo también su diseño geométrico con manzanas de ciento diez pasos y calles de quince. Se realizó ese mismo día un censo de los hombres con expresión militar, que alcanzó a treinta y una personas.


LA CUARTA MUDANZA
La ciudad de Pedraza permaneció durante cincuenta años en el cuarto asiento, ubicado en el piedemonte andino, muy cerca de la actual localidad de Pintaderas, a orillas del ahora denominado río La Acequia. La gente había llegado a ese lugar el 18 de septiembre de 1662, pero las cosas no estaban ocurriendo como para sentirse satisfechos del lugar de residencia y concluyeron que tenían que marcharse. En 1712 sucede la cuarta mudanza de Nuestra Señora de Altagracia de Ticoporo de Pedraza y la establecen más hacia el sur, en una llanura localizada entre dos cursos de agua, entre los hoy nombrados caño Los Negros y la quebrada Miricacoy, en el sitio de Tampacal.

En la ribera oriental del río La Acequia probablemente los suelos fueron perdiendo fertilidad por la intensa actividad agrícola de cincuenta años de explotación. Los aborígenes persistían en sus deseos de ahuyentar a los pobladores de la ciudad y la peste de calenturas hacía estragos en la población. Esperanzados en encontrar mejores suelos y en evitar las fiebres que agobiaban a los pedraceños, decidieron marcharse a Tampacal.

La cuarta mudanza muy probablemente ocurrió por razones económicas y de salubridad, tal vez las mismas que obligaron a realizar el tercer cambio de asiento de la ciudad, de allá de la ribera occidental del río Ticoporo. Muy probablemente fue realizado el traslado de la ciudad por Alonso Jimeno Bohórquez (hijo), uno de los residentes de Pedraza que ejercía funciones de gobierno y autoridad en el Cabildo.

Muy pocas serían las residencias a construirse porque la población de Pedraza estaba muy disminuida por efecto de la peste de calenturas y por la grave escasez de alimentos que se supone castigó severamente a los residentes de la cuarta sede de la peregrina ciudad que en setenta y un años había cambiado de lugar en cuatro oportunidades. Sin embargo la esperanza renacía con cada mudanza.

Cada vez que sucedía la reconstrucción de la ciudad resurgía la posibilidad de acabar definitivamente con sus pesares. Parecía una ciudad maldita, pero eran otras cuestiones las que hicieron obligar a los residentes a buscar mejores destinos. Tal vez en aquellos tiempos las adversas condiciones de vida no permitían sembrar en la gente un arraigado sentimiento de pertenencia y vinculación con la tierra y el espacio territorial de la ciudad. En Tampacal renacía la esperanza. Otra mudanza más, otro aliento de buen provenir para la ciudad.


LA QUINTA MUDANZA
La ciudad de Pedraza permaneció en el sitio de Tampacal por un espacio de tiempo de setenta y cuatro años. También muchas penurias sufrió la viajera en su quinto asiento; allí tuvo que soportar los embates del ataque despiadado de la peste de calenturas que atacaba a un número considerable de personas que residían en el poblado. Fue espectacularmente grave la situación enfermiza de los pobladores. Las personas sufrían de fiebres continuadas y la mayoría de los afectados fallecían después de días y semanas de agonía. Eran sepultados y sus pertenencias incineradas para evitar los supuestos contagios a otros miembros de la vecindad. Sus vestidos, la hamaca, el catre y hasta sus casas eran quemadas con el objetivo de evitar la propagación de la peste que diezmaba a la población.

También se sospecha que hubo en aquellos tiempos una disminución grave de los alimentos, posiblemente ocasionada por la dificultad en el manejo de los suelos para la producción agrícola y por la escasez de mano de obra provocada por las muertes de personas que dejaba la peste de calenturas. La situación se hizo tan dramática que muchos de los pobladores comenzaron a abandonar la ciudad a tal punto que hubo una oportunidad que la ciudad prácticamente se quedó sin gobernantes para ejercer funciones de autoridad.

Los que abandonaron a Pedraza en el sitio de Tampacal huyeron a otros lugares. Unos se fueron a Curbatí, otros se marcharon más hacía el sur, a la ribera occidental del río Canaguá. El 30 de septiembre de 1782, don Tiburcio Farías, teniente de gobernador y justicia mayor de Pedraza; Simón José Dorantes y Agustín Lucerino Duque, alcaldes ordinarios de la ciudad y José Nicolás Gómez, síndico procurador consideran de manera oficial la quinta mudanza. En 1784 hicieron la solicitud de mudar la ciudad al lugar en el que desde hacia algún tiempo residían algunos pedraceños. La respuesta al pedimento tardó dos años en llegar y entonces el teniente de justicia mayor don Salvador Mejías, en 1786 traslada oficialmente a la ciudad de Pedraza al lugar que actualmente ocupa en la margen derecha de río Canaguá. El traslado fue meramente un trámite de carácter oficial porque ya muchos de los residentes estaban establecidos es ese lugar.

La quinta y última mudanza constituyó el sexto asiento de la ciudad de Pedraza y abrigó una esperanza más en la prosperidad de su vida. En 1787, un año después del traslado la ciudad estaba constituida por unas sesenta casas.

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